Archivo mensual: enero 2023

Donde Menos lo Imaginas

Este año hemos vivido la gracia del Adviento y la Navidad de manera muy intensa. Diosito nos regala espacios y momentos para ese encuentro profundo y encarnado con su Amor. Donde menos lo esperábamos brotan, como flores en el desierto, colores y aromas que nos regalan los sentidos y acarician el alma.

En el centro de rehabilitación social de El Rodeo organizamos el primer retiro de Adviento. Nunca se había hecho, y de algún modo el Espíritu sopló y nos animó en momentos de incertidumbre a construir conjuntamente, las personas privadas de libertad, los funcionarios del área educativa y la pastoral, esas bases para la llegada de la tan ansiada Paz.

¡Esperanzas detrás de rejas!, ¿cuáles son nuestras esperanzas, cómo las construimos, qué esperamos realmente, cuáles son nuestros cimientos…? Tras la exposiciones cercanas y sencillas del padre Patricio, un ratito de silencio, de música reflexiva y cantada, de mirarnos al interior. Esperamos a quien nos trae la verdadera libertad, quien rompe nuestras ataduras, nuestras dependencias, nuestras comodidades, nuestras exigencias,… ¿Qué dependencias tengo, a qué me aferro, qué me quita la libertad, cuáles son mis esclavitudes?

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¡Ansiamos la Paz interior! Un clamor que nace de las reflexiones de quienes se animan a compartir: necesitamos esa Paz, soñamos esa Paz. Pero para que esa Paz se haga realidad, precisamos vivir el Perdón. Un perdón que parte de perdonarse a uno mismo, de asumir y aceptar los errores del pasado, de tomar conciencia de que todos nos equivocamos. Somos presente y futuro; el pasado no podemos cambiarlo, pero podemos construir el presente, y sobre todo, el futuro.

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¿Miedos? Todos. Nuestras vidas no están en nuestras manos. Vivimos «condicionados» para transitar estos años; algunos tenemos que hacer de todo, y nos cuesta mantener nuestra dignidad. ¡Ahora valoramos la familia, a la verdadera esposa, a esa madre incondicional,…! ¡Son bendiciones para sobrellevar este infierno! Nuestra espera no es pasiva, es dolorosa, es desde la ansiedad, el sufrimiento físico y psicológico, es desde la desesperación en muchos casos.

¿Dios para mí? El único, con Él podemos todo. Ahora nos damos cuenta de la importancia de su palabra… Desde que tomé conciencia de mi realidad, me puse en sus manos… Él cuida de mi familia afuera; sé que lo hace mejor que yo… Cuando salga, siempre le agradeceré, mi vida será otra… Me ayuda a ser paciente, a sobrellevar los días… De su mano estoy dejando en este agujero la droga, con Él lo lograré… No lo siento, necesito que llegue ya a mi vida…

Mientras, en el centro de rehabilitación social femenino Manabí nº1, por coincidencias con otras actividades de Cáritas, teníamos dos faltas seguidas con el grupo que acompañamos. Este grupo lleva poco tiempo, un par de meses, y es muy peculiar, pues surge de la inquietud del centro de llegar a aquellas privadas de libertad que no querían participar en nada: actividades, estudios, talleres o laboral,…

De entrada, una tras otra, sin perder la sonrisa, reclamaron por nuestra ausencia; hubo que pedir perdón en la Eucaristía de Navidad. El martes siguiente llegaron más chicas que ningún día. Trabajamos, con humor y realidad, los problemas de la pareja y cómo solucionarlos. A ratos sus rostros se iluminaban, sus lágrimas escapaban fugazmente, algunas expresiones se endurecían, otras descargaban impotencia a través de las carcajadas, una montaña rusa de sentimientos brotaban sin orden alguno, un caos emocional liberado momentáneamente. Al acabar, sus expresiones nos desconcertaban: «¡Gracias, sus reflexiones nos hacen olvidar el estrés del encierro!» «¡La semana pasa de otra manera cuando vienen!» «¡Ustedes nos ayudan a no perder la esperanza!» «¡Sus formas nos transmiten paz, serenidad, nos tranquilizan!» «¡No se olviden de nosotras, por favor!».

En nuestra oración sólo cabe dar gracias por cómo el Espíritu actúa, da Esperanza y es calor y acogida para nuestros hermanos y hermanas aislados detrás de grises muros y frías rejas. ¡Que el Amor de Dios nos permita seguir siendo camino de Adviento en el encuentro con Cristo encarcelado!

La Esperanza de los Pobres

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No solo desde las cárceles hemos vivido una espera, un adviento diferente. Última semana de atención del año en el comedor San Óscar Romero para personas en situación de calle, o recién llegadas a la ciudad y en situación de extrema pobreza; cada equipo quiso hacer alguna comida especial o algún detalle extraordinario (un postre, unos villancicos compartidos, unos caramelos,…) y un ratito de novena, reflexión u oración compartida antes de almorzar. Las mamás han traído a sus niños y niñas por si les daban algún juguetito, y se ha incrementado el número de almuerzos hasta ciento sesenta y tantos diarios, una pequeña locura, pues sentados solo entran unas cien personas.

Dentro de la atención que se da está el espacio de ducha y baños, que es casi tan valorado y solicitado como el de alimentación; familias que viven en las calles, sobre todo en la playa, pelean por conseguir un turno para poder ducharse, y cuando salen dicen con una sonrisa: “ya soy otro”. Sus rostros reflejan otra frescura y alegría.

La mayoría son migrantes venezolanos y colombianos que huyen del hambre y la violencia, con toda su vida en una pequeña mochila, dejando atrás todas sus seguridades, sus amigos, familiares; cada uno con un objetivo diferente: la salud, medicinas para la mamá, la alimentación de sus hijos, acabar sus estudios, huir de la violencia,… Llegando a un país sumergido en una fuerte crisis económica que ofrece pocas alternativas, como es Ecuador.

Les preguntamos ¿qué sueñan, qué esperan? Hay quienes contestan desde una fe y esperanza envidiables: «¡solo necesito una oportunidad!» «¡Sé que lo vamos a lograr!» «¡Esto de vivir en la calle se acabará pronto, Dios no nos abandonará!» «¡Voy a cocinar tortas donde una amiga y las venderé en las calles!» «¡Estamos reciclando plásticos y papeles para juntar alguito!» «¡Ya he visto un ranchito y estoy ahorrando para el primer mes de arriendo!»… Su Esperanza es fuerte, segura, sonríen al hambre, al frío de la madrugada, a sus enfermedades, a la preocupación por los niños, a los insultos, a los abusos de algunas autoridades,… y para seguir evangelizándonos, al despedirse cada día nos dan la bendición, agradecen, felicitan por lo buena que está la comida, nos dicen que el espacio del comedor y sus voluntarios les regala un ratito de tener un hogar, una familia, una referencia… Y si esto fuera poco, por Navidad algunos de ellos nos trajeron un «cariñito»: unas hayacas venezolanas cocinadas con todo el esmero, como expresión de afecto por lo que reciben día a día, para agradecer nuestros desvelos y esfuerzos por sus vidas.

Hay otro grupo mucho más vulnerable. En su mayoría son chicos, aunque también lo componen algunas familias con niños pequeños. Son nuestros hermanos menos fuertes, los de las periferias, aquellos que por el camino, ante el miedo, la inseguridad, la incertidumbre, se refugiaron en alguna sustancia que les ayudara a evadirse a ratos de la realidad. Con la mayoría conversamos a diario, algunos expresan con decisión «¡ya quiero dejar esa mierda! Pero me falta voluntad, en la calle no puedo, cuando lo dejo varios días acabo recayendo porque los otros me invitan, se ríen de mí». Al preguntarles por esos sueños, esperanzas, senderos a recorrer… La mayoría se derrumba, lloran con amargura, necesitan «un libertador, un Mesías», pero no se atreven a pedirlo, no creen merecerlo, les duelen sus vidas, les duele en lo más profundo. Son un pueblo israelita sometido, sin esperanza, les cuesta levantar la mirada, no tienen sitio en una sociedad que los desprecia, margina y teme a la vez. A pesar de todo, sienten la acogida del comedor, nos ayudan a organizar la atención, sacan las mesas y sillas, nos bromeamos casi todos los días, se les regala cariño y escucha, se les da algún consejo cuando están bajoneados, un abrazo, un «tú sí puedes»… Y a la salida, la mayoría busca un apretón de manos, otra broma, una pizca de amor para sazonar lo que les resta de día.
¿Cómo hacer presente esa espera, esa esperanza, esa pizca de ilusión en sus vidas? Si nosotros estuviéramos en sus zapatos, en sus realidades, en sus corazones rotos… ¿Cómo habría sido nuestro adviento, nuestra espera, hablaríamos con la misma confianza?

Por último, compartimos las sonrisas, los abrazos, los detalles,… El inagotable cariño que cada día nos regalan nuestros santos inocentes. Más de cuarenta niños y niñas entre cero y doce añitos llegan cada medio día al comedor. Muchos de ellos duermen o han dormido semanas, meses, en las calles que condujeron sus pasos desde Venezuela hasta Manta, atravesando una inmensa Colombia y Ecuador de Este a Oeste. La mayoría no tiene como referencia un papá y una mamá, no reciben el cariño para el que fueron concebidos, viven y ven realidades que muchos adultos jamas escucharán ni verán. Sufren hambre, algunos lloran con desesperación esperando para comer; nos rompen el corazón cuando les oímos gritar «¡comeeer, comeeer!». ¿Cuál es su Esperanza, cuál será su futuro, para qué se están preparando? ¿Cómo educarán a su vez a sus hijos? ¿Desde cuándo no van a la escuela? ¿Qué Navidad han celebrado?

No falta quien desde la cooperación critica la labor del comedor; hay que respetarlos y rezar por ellos.
Nosotros queremos seguir siendo un abrazo, un chupete, un chocolate, un juego, un dibujo, unos brazos engreidores, un rato de cariño, de expresarles lo maravillosos que son, de regalar sonrisas, un rato de paciencia para que se acaben esa comida extraña que recién prueban,… Ellos nos devuelven mucho más: donde nos ven nos abrazan, nos comparten un caramelo, nos cuentan la enfermedad de su mamá o su hermanita… En definitiva, nos hacen familia. ¿Y no es esa la esperanza del Reino, una comunidad donde todos seamos familia y el que tiene más comparte con quien tiene menos? Sí, estos pequeños desde su inocencia son semillas del Reino, son Dios con nosotros. ¿Lo abrazaremos o seguiremos mirando a otro lado?

Desde Cáritas os deseamos un año nuevo lleno de amor y servicio.