Cuando realmente somos capaces de ponernos en manos de Dios, día a día, en la oración, Él va marcando nuestros pasos, nuestros caminos, encuentros, servicios, ilusiones y sacrificios. En estas dos últimas semanas hemos pasado de tener vacías nuestras casas de acogida a tener sólo una habitación libre, con todo lo que eso supone de complicación gracias al dichoso covid.
La primera en llegar fue la señora Natalia con sus dos hijos, un bebé precioso de dos meses y Luna una niña de dos años, cuyos ojos hablan y con su media lengua quiere explicar todo su mundo y el de su hermanito. Los trajo la policía por una llamada de unos vecinos que oían como un hombre golpeaba repetidamente a una mujer. Poco a poco la estamos acompañando, dando atención psicológica y seguridad para discernir cual será su proyecto de vida. Como siempre las instituciones oficiales niegan su ayuda hasta que no hay denuncia formal. Policía y fiscalía no actúan de oficio y si nosotros no la acogiéramos quedaría en indefensión total con sus niños. Sus relatos son duros, cómo comenzó el maltrato, cuántas veces le ha pedido perdón, las promesas de cambio y nuevamente la ira, los golpes sin cesar una y otra vez. Es duro ver esa espalda magullada llena de morados. Con el consejo de protección de derechos, vemos lo necesario que es esa primera acogida hasta que las mujeres que acompañamos son capaces de sentirse seguras, denunciar y comenzar una nueva vida. Cáritas es en estos casos: acogida, consuelo, escucha, acompañamiento, seguridad, alimentación, espacio de sanación de heridas físicas y espirituales,… amor encarnado.

A la casa “El Samaritano” de la comunidad “20 de Mayo”, nos llegan otro tipo de casos donde uno toca la fragilidad del ser humano, “las llagas de Cristo” . En nuestra labor recordamos ese ejemplo de atención amorosa con los enfermos y moribundos de referentes en la iglesia como madre Teresa, Domingo de Guzmán, padre Damián, José Cottolengo… Tres de los chicos acogidos están graves y necesitan curas diarias, medicinas, aseo, alimentación sana,… La llegada de uno de ellos supuso tomar ciertos riesgos pero en estos casos no nos queda otra que pensar: “¿qué haría en mi lugar Jesús de Nazaret?” Y de una fuimos a su encuentro. Y es que Richi estaba ingresado en el hospital con una puñalada en el riñón y otra en el pecho. El viernes la trabajadora social del hospital contactó con nosotros para ver si el lunes podíamos acogerle, pues le querían dar el alta y no tenía a dónde ir. Por supuesto accedimos a acogerlo. Pero cual fue nuestra sorpresa que el día lunes cuando preguntamos por él y nos dijeron que el sábado le dieron el alta. Sabíamos que era un chico en situación de calle y que había dormido en diferentes asentamientos en edificios semidestruidos por el terremoto del 2016. Dios hace las cosas y otro chico sin hogar que nos colabora en Cáritas sabía dónde estaba acogido con otros muchachos en una casa abandonada. Cuando le dijimos que cogiera sus cosas y que lo llevábamos a la casa de acogida, se puso los zapatos, tomó una funditas con medicinas y dijo “vamos”. “¿Y tu ropa, tus cosas?” “Realmente no tengo nada, una ropita vieja regalada”.

Por el camino lloraba de alegría, nos decía: “cuando les vi aparecer pensé que venían a preguntar por mi salud, nunca pensé que me acogerían” Entre lágrimas prometía: “Voy a cambiar, mi vida va a cambiar”. Con Richi el camino está siendo duro, pues además de sus heridas se está enfrentando a la pesadilla de la droga que le llevó a la calle. Cada día es un logro y un pasito más en este largo camino, que juntos debemos recorrer. Cuenta que se sentía invisible en la calle, que nadie lo miraba, que no descansaba hacía tiempo pues dormía donde podía, su rostro habla de hambre, de heridas y llagas, de soledad y desarraigo. A ratos recordando vivencias se le hace un nudo en la garganta y quiere llorar, pero entre bromas y risas le animamos a que valore por lo que este rato tiene. Ahora cada día nos da las gracias, nos repite: “no saben ustedes cuánto me están dando, no es la ropa, ni la comida, es mucho más”. Le animamos a que sienta que somos una familia, ya le pusimos de cocinero en la casa, y queremos sembrar unas “lechosas”, maracuyas, sandías… que él sabe cultivar. Puede que un día le fallen las fuerzas, que recaiga, que vuelva a la calle, pero siempre sabrá donde hay una puerta para encontrar consuelo y alivio cuando quiera retomar su vida. Son diferentes rostros de la pobreza a través de los cuales Cáritas hace presente el Amor de Dios entre los más débiles.